Nos haya gustado o no el personaje, no podemos hablar de la misma manera de él, cuando ya ha muerto, que cuando vivía. Del juico negativo el muerto no puede defenderse, vivo cabe esa posibilidad. El sentir común lo percibe: solemos ser más indulgentes con los muertos con los que hemos convivido, que con aquellos que con los que con-vivimos. La razón apuntada lo justifica. Pero también puede ser, creo que debe ser, porque la muerte nos abre los ojos para que se fijen más en lo positivo que en lo negativo. No se trata de negar esta dimensión, sino de no permitir que se imponga sobre la otra. Cerrar los ojos a alguien abre los nuestros a una mirada indulgente a su vida. Una vida que hemos compartido con él, quizás con un elevado tono de crítica, más que de compresión, de censura de lo que creemos hace mal, más que de agradecimiento por lo que hace bien. Claro, tras su muerte incluso la persona querida, deja de ser competidora: su bondad no oscurece ya la nuestra. Muerto, se puede reconocer lo positivo de su vida porque no rebaja lo positivo que creemos de la nuestra. En estos días se han producido dos muertes que han provocado muchas y contrarias opiniones sobre sus personas: Rita Baberá y Fidel Castro. Qué necesario es reconocer con humildad que no somos jueces imparciales ni sabios. Que se debe dejar a Otro el juicio definitivo. Que, por cierto es misericordioso.