23 de febrero de 2023
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Parece que es un tema de reflexión que aflora en la vida religiosa. Puede que como una queja. Pero sobre todo por algo que nos ha de llevar a una reflexión sobre nuestro vivir. Fijarnos en lo que “somos”, en nuestro modo de vivir, de “convivir”, puede que sea una inquietud que surge cuando pocas tareas se pueden realizar a causa de nuestras debilidades físicas y mentales. O sea, a causa del envejecimiento de las comunidades.
Así entendido, puede sonar a disculpa, justificación de nuestro no hacer. Entendiendo el hacer como realizar esas “tareas” de condición visible, fuera de nuestras comunidades. Pero tiene más dimensiones -y de relieve-la afirmación que titula estas líneas. Hasta la saciedad se nos repite que hay que dar visibilidad a nuestra presencia en la sociedad. Y una visibilidad de fotografía, es decir, de imagen, que entre por los ojos…, y con frecuencia que se quede ahí, sin que pasé a lo más hondo de nuestro conocer, donde interpretamos las imágenes. Pienso en los monasterios que viven su vivir, su convivir, sin realizar grandes tareas (Como no sea unas pastas o algún trabajo para sobrevivir). Entiendo que saber de su existencia tendría que plantear en aquellos que no son personas de juicios precipitados -por no decir prejuicios-, cuál es la razón de su existencia. Puede que lleguen a captar que son un oasis ecológico, un ecosistema, que puede clamar a favor de algo que se olvida en el ámbitos social, también eclesiales, que es relevante; que se podía resumir como: darse tiempo para buscarse a sí mismo -nosce teipsum- en las tareas que se realizan, en la convivencia, bajo la “mirada” de alguien que nos trasciende y es la referencia última de nuestro vivir. (Pienso también en monasterios no cristianos).
No es necesario ser monje o monja contemplativos, la vida religiosa, desde su “excepcionalidad”, ante todo ha de plantear a la sociedad que más allá de tantas y admirables tareas que realiza en esa sociedad, tiene sentido porque es un modo de SER, de vivir y convivir que da que pensar. La vida religiosa como tarea esencial ha de ser un interrogante existencial para todos. Por lo que es en primer lugar, y por las tareas que, en tantos casos realiza desde lo que ES.
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