31 de enero de 2015
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Es confusión frecuente entender que identificarse es distinguirse; lo que nos identifica es lo que nos distingue. Los pensadores acuden al siglo XVII como la época de la afirmación del individualismo. Época en que empieza la industrialización: la vida colectiva del campo se cambia en el individualismo impersonal de la ciudad; la división del trabajo acentúa el carácter instrumental de la persona; la frialdad del mercado, sin referencia humana conduce la vida económica. La afirmación del yo exige la búsqueda de la singularidad prevaleciendo sobre la identidad humana. Hasta el arte ha cambiado en esa línea y se considera actividad emblemática de la importancia de la singularidad. El arte ya no imita la naturaleza, la crea. Y ser creativo es uno de los valores vigentes en la sociedad. La posmodernidad ha venido a acentuar esa singularidad que con facilidad se se convierte en egocentrismo, o, como se dice en la cultura narcisista del yo. De ahí se deriva el carácter instrumental del otro, visto desde una razón que también pretende ser instrumental. Las relaciones sociales son instrumentos para afirmar el yo. No parece que triunfe la tesis del personalismo que afirma que somos relación, la relación nos constituye; nos relacionamos como somos y somos nuestras relaciones: el otro me constituye, no sólo me sirve. Charles Taylor en su libro “La ética de la autenticidad” nos hace conscientes de esa realidad. Si hubiera que deslizar alguna objeción a la exposición de Taylor, me atrevería apuntar que la cultura del narcisismo no puede llamarse antropocentrismo. Que el hombre es el centro de cualquier ética pertenece a una reflexión humanística como la suya. Nadie más antropocéntrico que Dios como aparece en los primeros versículos del Génesis y en nuestra fe en la Encarnación. Kant así lo entendía cuando al formular las preguntas desencadenantes de toda filosofía, las desliza hacia la pregunta sobre Dios, para establecer como referencia última “¿qué es el hombre?”. La cultura del narcisismo se enfrenta al que entiendo verdadero humanismo, que implica verse en el otro y ver al otro en sí mismo. La búsqueda de la singularidad adolece de la actitud adolescente, incapaz de traspasar su aún reducido yo. La madurez humana empieza cuando el otro está presente en el propio ser. Quizás el pensamiento más aceptado de hoy, el postmoderno, carece de madurez.
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Disneicy Mosquera
26 de octubre a las 1:26
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