16 de diciembre de 2014
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“Fundirán sus espadas para arados, sus lanzas para hacer podaderas; no alzará un pueblo contra otro la espada, ni se adiestrarán más para hacer la guerra. Cada uno habitará bajo su parra y su higuera sin sobresaltos. Lo ha dicho el Señor de los ejércitos.»
Así profetiza Miqueas al anunciar los tiempos “mesiánicos”, el Oficio de lecturas de la liturgia de hoy nos lo recuerda. Vivir sin sobresaltos quizás sólo se podría hacer habitando bajo la parra y la higuera. Mas el ser humano necesita abandonar la sombra de parra e higuera y ponerse en camino. Bien lo sabía el pueblo judío. Explorar ámbitos nuevos, buscar nuevos modos de vida, asumir la aventura, buscar nuevos soles y otras sombras. Y los sobresaltos serían ineludibles. Vivir humanamente no es estar tranquilo a la sombra de su parra o su higuera, sino lanzarse a la aventura del caminante –viator-. En el camino se encontrará con otros seres humanos: cada uno con sus, deseos, intereses y ambiciones. Vivir es convivir en camino, no reposar cada uno a la sombra de lo suyo. Sin relación no existe persona humana. Se es, afirmando el ser y dejando de ser, la vida es busca de plenitud a la vez que se va dejando vida en el camino. Vivir no es espera, sino esperanza: buscar el bien difícil, pero posible de conseguir. Los tiempos mesiánicos son de lucha común por un bien de todos nunca alcanzado, pero prometido, y comprometido por la presencia de Dios en nuestra historia: cuando Dios promete, se compromete. Es “Señor de los ejércitos”: conduce la lucha del vivir diario, que, como decía Job “milicia es la vida del hombre sobre la tierra”. Eso sí, cada uno con su propia lucha, no en lucha contra los demás. Los tiempos mesiánicos son de paz en la lucha de cada uno: nadie tiene que levantar la espada contra nadie. Por el contrario cooperar unos con otros en arar la tierra, para removerla bien, incluso a azada, si es caso, para que sea fértil para todos.
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